Querer e incluso intentar ganar a un gato en una
competencia de quien de los dos puede dormir más hasta el desfallecimiento ha
sido una de las ocurrencias y locuras más absurdas que por mi vida he hecho. La
sola idea de pensarlo o tener un plan y una estrategia bien planificada en la
mente sobre tan tonto atrevimiento me ha hecho pecar de ingenuo y caer en
cuenta de ello después de tan largas jornadas de competencia sin lograr
siquiera acércame o moverle un pelo a lo que un gato puede dormir en
un día cualquiera.
Lo miraba de reojo, lo miraba recostado, hecho bolita,
con sus relucientes bigotes y sus pequeñas garras formando una equis para tapar
sus ojos amarillos y el alucinante (y a la vez relajante) ronroneo en un
constante y armónico ritmo. De vez en cuando algo nos hacía despertar
al mismo tiempo y nuestras miradas se cruzaban tan solo para dar la vuelta
y continuar la competencia sin darle mayor importancia al ruido que nos levantó
de nuestro letargo.
A veces luchábamos espalda a espalda, garra
contra mano, ronroneo contra ronquido (aun que por simple estética tenia
todas las de perder contra su ronroneo y su manita afelpada con largas uñas). A
veces nos encontrábamos al despertar, nos encontrábamos en
los amaneceres, atardeceres, del crepúsculo al amanecer. Y
fueron muchas las veces las que nos encontramos entre sueños, en casi todos
ellos aunque no tengo la certeza de que un gato sueñe pero sí tengo la
seguridad de que puedo soñar con él, con sus maullidos, su mirada, su
cola moviéndose, su particular forma de pedirme las cosas y
ese ronroneo que simplemente hechiza.
Intentar querer ganar a mi gato a dormir fue absurdo,
ingenuo y aun así a sido una de las cosas que más me ha gustado porque, de una
manera casi inexplicable, logramos compartir los sueños.