martes, 24 de febrero de 2015

Le chat et l'innocent qu'a pensé endormir plus que le chat

Querer e incluso intentar ganar a un gato en una competencia de quien de los dos puede dormir más hasta el desfallecimiento ha sido una de las ocurrencias y locuras más absurdas que por mi vida he hecho. La sola idea de pensarlo o tener un plan y una estrategia bien planificada en la mente sobre tan tonto atrevimiento me ha hecho pecar de ingenuo y caer en cuenta de ello después de tan largas jornadas de competencia sin lograr siquiera acércame o moverle un pelo a lo que un gato puede dormir en un día cualquiera.

Lo miraba de reojo, lo miraba recostado, hecho bolita, con sus relucientes bigotes y sus pequeñas garras formando una equis para tapar sus ojos amarillos y el alucinante (y a la vez relajante) ronroneo en un constante y armónico ritmo. De vez en cuando algo nos hacía despertar al mismo tiempo y nuestras miradas se cruzaban tan solo para dar la vuelta y continuar la competencia sin darle mayor importancia al ruido que nos levantó de nuestro letargo.

A veces luchábamos espalda a espalda, garra contra mano, ronroneo contra ronquido (aun que por simple estética tenia todas las de perder contra su ronroneo y su manita afelpada con largas uñas). A veces nos encontrábamos al despertar, nos encontrábamos en los amaneceres, atardeceres, del crepúsculo al amanecer. Y fueron muchas las veces las que nos encontramos entre sueños, en casi todos ellos aunque no tengo la certeza de que un gato sueñe pero sí tengo la seguridad de que puedo soñar con él, con sus maullidos, su mirada, su cola moviéndose, su particular forma de pedirme las cosas y ese ronroneo que simplemente hechiza.

Intentar querer ganar a mi gato a dormir fue absurdo, ingenuo y aun así a sido una de las cosas que más me ha gustado porque, de una manera casi inexplicable, logramos compartir los sueños.

sábado, 14 de febrero de 2015

Les Petits Chats

Existimos personas que compartimos la peculiar personalidad de los gatos. Esos leones, tigres o panteras en miniatura, ronroneadoras, de ojos de colores (en azul, verde, amarillo, café o heterocromaticos) con su muy singular idioma de miau-miau y que se escabullen por el más mínimo espacio.
Existimos personas demasiado independientes, de esas que no necesitan de nadie; que si estás, bien y si no, también. Que nos sentimos que pertenecemos al mundo entero y no tan solo a un territorio demasiado limitado llamado casa, familia, amigos, sociedad. Que venimos cuando queremos y nos vamos cuando así lo hemos decidido, ¿Volver? Quizá, pero no esperes de pie.
Y aun así, existen otras muchas personas enamoradas de nosotros, de nuestra personalidad misteriosa, agradable pero con ese toque de “no te necesito” que los hace entrar en la desesperación de no poder tenernos para siempre. Nos quieren capturar y tenernos en cautiverio, engordarnos y ponernos un gran cascabel dorado con un collar rojo para al fin saber por donde andamos y hacia donde nos dirigimos. Y le quitan todo el encanto a nuestra personalidad, a nuestra forma natural de ser y no entienden que no somos ni nos parecemos al pequeño zorro del Principito que anhelaba ser domesticado por él. j
Te perteneceremos, cuando así lo hayamos decidido, y será para siempre, mucho más allá de lo que hubieras creído. Miau-miau…


j  “- Qu'est-ce que signifie "apprivoiser" ?  - C'est une chose trop oubliée, dit le renard. Ça signifie "créer des liens..." - Créer des liens ? - Bien sûr, dit le renard. Tu n'es encore pour moi qu'un petit garçon tout semblable à cent mille petits garçons. Et je n'ai pas besoin de toi. Et tu n'as pas besoin de moi non plus. Je ne suis pour toi qu'un renard semblable à cent mille renards. Mais, si tu m'apprivoises, nous aurons besoin l'un de l'autre. Tu seras pour moi unique au monde. Je serai pour toi unique au monde... - Je commence à comprendre, dit le petit prince. Il y a une fleur... je crois qu'elle m'a apprivoisé...” Antoine de Saint-Exupéry. (1999). Le Petit Prince. France: Éditions Gallimard. P. 71

sábado, 7 de febrero de 2015

Profecías

Recuerdo cuando leí por primera vez a Octavio Paz con su libro “El Laberinto de Soledad” y todo aquello que me dejó. Es un libro que he podido leer y releer tantas veces que cada vez que lo hago encuentro algo nuevo o lo siento de una manera distinta a la primera, segunda, tercera y etece vez que lo he leído. Especialmente, me a marcado la existencia una frase que se encuentra al principio de este: “Nuestra muerte ilumina nuestra vida. Si nuestra muerte carece de sentido, tampoco lo tuvo nuestra vida. Por eso cuando alguien muere de muerte violenta, solemos decir “se lo buscó.” Y es cierto, cada quien tiene la muerte que se busca, la muerte que se hace. Muerte de cristiano o muerte de perro son maneras de morir que reflejan maneras de vivir. Si la muerte nos traiciona y morimos de mala manera, todos se lamenta: hay que morir como se vive. La muerte es intransferible, como la vida. Si no morimos como vivimos es porque no fue nuestra la vida que vivimos: no nos pertenecía como no nos pertenece la mala suerte que nos mata. Dime cómo mueres y te diré quien eres.” [1]

Inherentemente e interiormente adapté todo esto hacia mi, simulando abrazar toda esa tesis como una forma creacionista divina de mi propio ser, adoptandola a mi propia perspectiva sobre la vida y sobre la muerte donde pudiera plenamente identificarme con ella y hacerla mía totalmente de tal manera que influyera a posteridad.

Para mi resultaría incongruente creer en un destino donde moriremos como hemos vivido porque no creo en lo más mínimo en el destino. Creo románticamente en una forma de vida en la cual poder ir y venir de donde queramos, a base de decisiones que van influyendo a posteridad en ella y que relativamente nos llevara a un fin pudiera decirse, alternativo (como unos dados que están a punto de caer en una mesa para dictar un número).[2] Pero, ¿Por qué no explorar ésta pequeña posibilidad sobre la existencia de un guión sobre nuestras vidas maquilado por un ser supremo desde los cielos y del cual no nos podemos salir aunque lo intentemos mil veces?

(Como ecuación matemática mortal donde me han dicho que, a la edad que te conocí debo dividirla en dos y al resultado sumarlo a la edad que tenia cuando me enamoré de ti, cuando cada vez que te veía el corazón latía tan rápido, tan fuerte. Del ritual eso fue lo que obtuve, una fecha que simplemente me ha sentenciado a muerte.)

Y así es como me he pasado la vida queriéndote día tras día sin olvidarte uno solo de ellos, cumpliendo la condena, viviendo intensamente buscando y creyendo que no es cierto pero cada día que pasa pareciera que se confirma. ¿Es una historia trágica no? Al menos lo es para mí.




[1] Octavio Paz. (2008). El Laberinto de la Soledad. Madrid, España: Editorial Catedra Letras Hispánicas. 14a edición. Pág. 189
[2] Parece que la definición de la libertad que he dado suena a mero sinónimo del destino al que tanto reprocho y pataleo. Quizá, en este momento entiendo que van de la mano, que son como un yin y un yan que se conjugan para hacer un solo factor esencial de la vida para elaborar algo mucho más complejo que simples definiciones.

domingo, 1 de febrero de 2015

De ella y de ti

Conocí a alguien idéntica a ti. Lo mismos ojos, los mismos labios, el mismo color de piel. La misma manera de mirar, la misma manera de sonreír, incluso hasta el mismo color de cabello.
La veía y creía que eras tú, no podía (ni quería) dejar de mirarla y ella bailaba frente a mi con una bella sonrisa en su rostro que me hacia recordar cada ocasión en que te vi sonreír.
Jamás le pregunté su nombre, tampoco platiqué con ella. Solo me dediqué a mirarla y contemplar esa extraña y exacta similitud entre tú y ella. Quería no verla pero no podía, era magnética y lo mágico de su bailar me atraía constantemente a ella.

Pero no eras tú, no son tus labios rojos, no son tus ojos de café, no es tu cabello oscuro, no es tu blanca piel ni tus lunares ni cicatrices. No es tu sonrisa, no es tu mirada y ni siquiera me miraba como tú lo haces.

(Supongo que así es como se dice "te extraño.")