Un
nueve de Enero de año Dos mil diez y seis.
Quizá no vale tanto la
pena escribir. A lo mejor solo lo hago para mí, para guardarlo y leerlo en un
después. A lo mejor eso es, que estoy solo en el mundo y que todas las personas
a mi alrededor en realidad son reflejos absurdos de mí; miles de millones de
reflejos absurdos de mí, en sus múltiples y posibles formas que
pueden ser.
Hay veces en que siento
como si escribiera en una bitácora espacial, para que, aquel que
encuentre mis escritos sepa como vivió este señor en la soledad del
espacio y acechado por seres que no existen. ¿Cómo le explico a alguien que no
conozco lo que representa este infinito espacio de soledad en la que me
encuentro?
(Todo es simple
creación de mi mente)
Son muchas las veces en
que he dejado de creer en la posibilidad de la inmortalidad, volviéndome un
simple ser más, viviendo para morir de una manera sencilla, sin llamar la
atención. No es que todo esto sea lo inmediato contrario a la inmortalidad,
buscar una muerte heroica, escandalosa que nos vuelva mártires de una
noble y justa causa. He dejado de creer en todo eso…
¿No te da en ocasiones
esas ganas de abandonar todo y largarte solo y únicamente con lo más
indispensable sin un rumbo fijo, sin un lugar donde quedarse, sin saber
nada más que de ti mismo?
Todo se resume y lo
poco o nada importante que se vuelve todo a tu alrededor. Eso, donde
te importa poco que se incendie el de a lado, que roben esto, que maten
aquello. Todo se reduce a esa poca importancia que le comienzas a dar a todo,
porque llegó ante ti una pregunta que desplomó lo cimientos de todo en lo que
creías, ¿Qué tanto vale la pena luchar por ella, por ellos, por todos?
Hoy, que fue ayer y
antier, escribo en mi bitácora espacial la poca y nada de importancia
que causa ahora todo lo que antes me movía. Siento que en cualquier
momento debo de largarme... sin decir más.