domingo, 14 de junio de 2015

My good fella

Martes, 02 de junio de 2015

“No te preocupes por mí, soy como los gatos y caigo de pie. Y no me duele cuando me hacen daño.”

Que difícil es decirle adiós a alguien que te ha acompañado a lo largo de tu vida por tanto tiempo. Gracias por todo, tal vez  nos veamos pronto. Le dije muy cerca de su oído para asegurarme que me escuchara, le abrace contra mi pecho y nuestras cabezas se juntaron. No le quería soltar, las lagrimas brotaron inevitablemente, su recorrido por el rostro hasta caer hasta su cuerpo; el llanto, la desesperación, los ojos ardiendo, las manos temblando. Miaw, e intentó ronronear para mí por última vez. Tomé sus patitas, miré sus ojos y miré en ellos felicidad y esperanza de estar en mis brazos. Miaw, nos dijimos adiós.

Quizá naciste un agosto del dos mil, junto a cuatro hermanos y tu mamá, pero decidí quedarme contigo. Uno de ellos idéntico a ti, pero él se fue, a quien sabe donde. Me encantaba como ronroneabas, más fuerte que cualquier otro que jamás haya escuchado y así mismo lo decían las demás personas que te escucharon. Tu mirada tranquila, tu paciencia, tu determinación. Tus peleas de joven, tus salidas a la calle, tus regresos herido y yo, curándote. Lo bueno de ti es que siempre te recuperabas rápido, como queriendo volver a luchar, como boxeador esperando el siguiente round y pegarle más duro al contrincante.

Engordaste tantísimo, como señor treintón. Y aún así seguías saliendo frecuentemente, te perdías durante días pero siempre regresabas como si nada. Dejabas el balcón lleno de plumas de las palomas que cazabas por las noches, a veces nos dejabas los restos de ellas en la puerta. A veces nos encontrábamos de regreso a casa. Tres, cuatro o cinco de la mañana y escuchaba tu miaw y yo volteaba con toda felicidad a buscarte entre los árboles, venias a mi corriendo para después abría la puerta y entrar juntos a la casa a comer algo. Te ibas por tus croquetas y yo al refrigerador a buscar que comer, terminábamos y nos íbamos al cuarto a dormir todo lo que se pudiera juntos. Brincabas con toda elegancia a la cama y comenzabas a ronronear tan fuerte como siempre, masajeabas con tus esponjosas y blancas patitas mi pecho y dabas cabezazos a mi cara para acariciarte más. Jamás dormiste junto a mi, ni en mis brazos, ni enrollado en el cuello, siempre buscabas tu propio espacio y así dormíamos por horas y horas sin parar hasta que uno de los dos –usualmente yo- decidía levantarse e ir a tomar y comer algo.

Te dejaba la luz prendida, la puerta del baño abierta… Que difícil es decirle adiós a alguien que ha estado tanto tiempo en tu vida, me acaba de pasar contigo. Hoy ya no estas bajo la mesa, junto a mis pies, ronroneando.

Sentí tu alivió cuando te tome en mis brazos, cuando te miré y chocamos nuestras cabezas. Sentí tu felicidad en tus mirada, cuando te levanté suavemente y te lleve conmigo. E intentaste ronronear por última vez. 

Lunes, 08 de junio de 2015

Eso de que te fueras sin más ni más me ha afectado hasta la médula. Mira que todo este tiempo me la he pasado dormido; comer, dormir, cenar, dormir, ad infinitum. A veces despertaba entre sueños, en medio de la madrugada escuchando tus miaws por debajo de la puerta. Eso que hacías para levantarme de la cama y darte de comer o solo para verme un rato y después irte a dormir.
Ya no te siento en mis pies cuando me siento a comer en la mesa, ya no tengo quien me acompañe a almorzar, a comer y a cenar. Ya no tengo quien me espere por las noches mirando por la ventana de la casa el momento justo en que llego. Ya no tengo con quien dormir hasta que el cuerpo duela, ni quien me arrulle por las noches con su ronroneo cerca de mi oído. Ya no tengo quien me contagie esa paz y tranquilidad que emanabas sentado en la ventana, mirando a lo lejos y esperando no sé que.

Domingo, 12 de junio de 2015.

Mira, que ni siquiera pude terminar de escribirte. Es tan doloroso.