sábado, 21 de mayo de 2011

Cuando el tiempo no exista.

Fue una noche de octubre, una noche extraña, fría y llena de una soledad nada desconocida. Se podía percibir cierto aire diferente, que nos estuviese dando señales de que comenzaría una noche nada particular. Desperté, aun era de noche –al menos así lo creí- y me encontraba un poco confundido en mi cama por no saber cuánto tiempo había estado dormido. Mire el reloj –marcaba las doce y un cuarto- se me hizo un poco extraño pues a esa hora me fui a dormir, ¿había entonces dormido un día entero o tal vez solo tuve la sensación de haberlo hecho?

Todo me pareció confuso en ese momento, no lograba encontrar la lógica de lo que vivía en ese instante. Me levante, salí de la casa y encontré una situación un tanto bizarra. Gente igual que yo en la calle, totalmente confundida de lo que estaba pasando. Mire a mi izquierda, gente con la mirada perdida en el cielo, sentada en la acera, incrédula de no sé qué. Busque a mi vecino para preguntar porque había tanta gente en la calle a estas horas de la noche.

-Es que el tiempo ya dejo de existir, será de noche por siempre de este lado del mundo- su respuesta me causo más confusión aun.

-¿Cómo deja de existir algo así como así?- me di cuenta que lo había dicho en voz alta y mi mente quedo completamente en blanco, de nuevo, sin encontrar lógica alguna.

-La tierra se fue deteniendo de poco en poco, frenándose por causas aun inexplicables. La tierra dejo de girar y de moverse en su órbita. Sabes, me gusta pensar que se canso de la rutina y simplemente se detuvo a tomar un descanso o tal vez, nunca más vuelva a girar y a caminar alrededor del sol- nunca me miro mientras me decía esas palabras, siempre veía al cielo como nostálgico de la situación. Como si las cosas no fueran a volver a la normalidad.

“El sol ya no saldrá más de este lado del mundo”, “El tiempo a muerto”, son las columnas más repetidas por los periódicos. Todos mostraban pánico, la oscuridad gobierna de este lado. La inseguridad se incremento, debido a que no se podía mantener cada rincón iluminado, todos parecían tan nostálgicos ya. La luna se convirtió en un nuevo sol para nosotros, allí arriba, eterna y con el mismo capricho que nuestro hogar –dejo de girar también.

Las olas eran más altas de este lado casi el doble de lo que normalmente solían ser, la marea subía mucho más de lo habitual, las costas se redujeron considerablemente desde que la tierra dejo de girar, de moverse alrededor del sol como todos los días lo hacía. Los arboles comenzaban a morir, se podía sentir su agonía en el aire, no había suficiente luz para que pudiesen seguir viviendo como siempre lo habían hecho.

Todo resultaba tan extraño; que fuese eternamente de noche llego a gustarme por algún tiempo. Me gustaba mirar las estrellas por largos ratos, mirar la luna, escuchar los grillos cantar por siempre, sentir el frio que solo por la noche se siente sin importar si fuera verano o invierno pero, comencé a extrañar al sol.

Recuerdo alguna ocasión en la escuela, en una clase de geografía de la cual no recuerdo todo a detalle solo la presencia de otras cuarenta personas a mí alrededor, sentadas cada quien en su pupitre gris de metal. Cuerpos sin rostros, borrosos igual que el del profesor. Divagaba entre su discurso extraño y aburrido, un constante bla, bla, bla que resonaba en el aire sin entender uno solo de ellos pero, en un instante todo se aclaro y cayeron a mis oídos unas pocas palabras: “Algún día el sol se apagara”.

Desde entonces me dedique a desacostumbrarme del sol, aun que su calidez me reconfortaba siempre del frio. Que tonta decisión, moriría primero yo antes que él. Me encontraba del otro lado de la tierra, donde todo es oscuridad y donde la gente comienza a extrañar la luz del día. Algunos como yo decidimos irnos lejos de este lugar, del otro lado del mundo pues no había a donde más ir. Tan solo nos dividía un gran océano, tan negro que se veía de este lado que me hacia anhelar tanto ver su azules de nuevo. Tomamos un barco sin importarnos de quien fuese y sin importarnos también si alguno de nosotros sabia navegar, solo queríamos irnos de este lugar, de este extraño sueño del que no podemos despertar.

Conforme avanzábamos sobre el mar miramos como iba amaneciendo de poco en poco y nuestros corazones se alegraron al ver como el astro rey hacia presencia. Llego un capricho a mí en el instante en que vi a esa estrella cálida detenida en el espacio –quisiera ver un atardecer antes de llegar- y así lo hicimos pues no teníamos prisa alguna, el tiempo no existía más, no podíamos llegar ni tarde, ni temprano.

¿Cuántas veces vimos amanecer y atardecer? No lo sé, pero fueron las suficientes veces como para quedar satisfechos y dejarlos en nuestra memoria eternamente. Aun que siempre podíamos volver cuando quisiéramos y repetirlo una y otra vez hasta el final de nuestros días.

Llegamos por fin a un muelle donde poder dejar el barco que habíamos tomado del otro lado, lo dejamos allí para que alguien más lo tomara y pudiera ver lo que nosotros vimos, para que pudiera llegar a la tierra de dónde venimos. Me despedí de todos aquellos con los que hice ese largo viaje y todos tomamos rumbos distintos creyendo haber llegado a un paraíso.

Fue una lástima lo que vieron mis ojos cuando comencé a explorar por esas tierras extrañas en las que no había estado en ningún momento de mi vida. El sol comenzaba a lastimar mi piel –tal vez porque ya estaba tan acostumbrado a la poca luz o porque ya era demasiado árido ese lugar. Constantemente veía incendios, había lugares completamente desérticos, bosques
calcinados, restos de trocos negros de tanto arder durante el interminable día. El sol era más cruel que su contraparte, la luna.

Ya no hubo en mi esperanza alguna de encontrar un lugar en armonía en donde poder vivir, la tierra y su capricho extraño me había cambiado la vida, no solo a mí, a todos sus habitantes. Tuve una idea extraña, algo loca si fueran otros tiempos pero ahora, ahora parecía tan lógica que ya no quise ni pensar un solo momento en que pudiera ser una locura. ¿A que más podría llamarle locura sí la tierra ya no quería girar más? Decidí entonces tomar su trabajo, el que realizo por miles de años. Rodare en su lugar, solo para vivir creyendo que todo volvió a ser igual. Navegare por los mares, rodando y rodando, viviendo… ¿Día a día?

sábado, 7 de mayo de 2011

Paridme en colores..

Una vez dibujaba las ideas congénitas de las variadas concecuencias de aquellos detonantes consumidos a ratos de ocio y malicia. Una a la vez, poco a poco y sin prisa fui dándoles forma a todas las imagenes que llegaban a mi, un subir y bajar en una extraña montaña rusa de un imaginario personal, mi imaginario azhuneano.

Difuminar, los momentos guardados en la memoria como si fueran instantes u obras de arte que algún coleccionista quisiera guardar en su mansión por la eternidad. No quisiere dejar de compartir cada detalle de ello, cada color, cada sabor expresado a la vista, cada sentimiento plasmado tan fielmente que debiere contagiarse y elevarse al infinito.

Ojala las nubes fueran el humo que escupo por la boca cuando fumo, lanzar desde la ventana aquellas miles de nubes que formaran parte del cielo. A una le doy forma de elefante, grande, orejón, de colmillos hasta la punta de su comienzo. Se lo lleva el viento y me entristece ver, como aquella figura se desvanece en el espacio.

Dibujé a un perro blanco tomando agua en un parque cualquiera. De verdoso alrededor, arboles grandes con bastas copas que cubrían los cielos, acompañados de pajarillos en sus ramas que entonaban la primavera de Mozart. Bancas colocadas en un camino que va a quien sabe donde. Mi perrito huyo, se marcho a diez y seis cuadros por segundo, lanzando sus múltiples ladridos en globitos de dialogo como en tira cómica dominical de un periódico vanal. Me desconsuela no saber a donde se dirige pero, se le mira tan feliz, con su lengua de fuera, sus ojos negros y brillantes, y sus ladridos tan vivos.

Cansado, se sentó aquel. En una silla de madera común, encerrado en un cuarto gigantesco y vació, una duela como piso y una ventana grande al exterior que no da a ningún lugar. Despeinado, con una camisa interior, un pantalón bastante desgastado de tanto lavar en función al tiempo que ha sido utilizado y lo más importante, descalzo. Le gustaba al señor saber que seguía vivo sintiendo el frió del suelo que pisaba. Que entorno tan gris, como a blanco y negro. A su lado una mesa pequeña. Encima de ella una cajetilla de cigarros, un encendedor zippo de color dorado con figurillas que asemejan flores y un cenicero transparente sin mucha importancia. Tomó un cigarro de la caja que se encontraba en aquella mesa y lo coloco en su boca seca, busco el encendedor tirando en el intento la cajetilla al suelo y entonces lo encendió, le dio una primera fumada y al instante escupio el humo que abobedaba en sus pulmones. Cabeza abajo como pensando, con el cigarrillo detenido en la mano derecha recargada en la rodilla. Fue ese momento en que le dibujé.

Momentos que ya no recuerdo, momentos que no se si pasaron. Al final les plasme, en una servilleta quizá, en la pared, en la libreta de la escuela o en un algo. Siento contracciones en mi mente, creo que voy a parir otra idea....