Sucedió
una vez que perdí a un ser querido muy cercano, de esas personas que crees que
son inmortales y que siempre estarán allí para ayudarte en todo lo que sea
necesario. Uno en la mente los tiene así, permanentes, inmutables, un apoyo que
siempre estará allí y sin embargo es uno de los imposibles más grandes que hay,
la inmortalidad (al menos la física, la del cuerpo).
Y
se fue. Nos dejo y a la vez nos dejo lo mejor de él, su esfuerzo, su lucha de
años por que tuviésemos lo mejor. Así se fue.
Cuando
partes dejas todo, tus pertenencias, tus recuerdos, tus aromas, tu voz, tus
lamentos, las tristezas y toda aquella suma de sentimientos y objetos. Resulto
una vez que uno de esos objetos lo incendiaron frente a mí, ahí sentí que se
iba todo lo que me había dejado y tontamente así lo creí durante mucho tiempo
hasta que me di cuenta que aun vivía en mi memoria y en mi pequeño corazón.
Siempre
he creído que el apego es una de las cosas más extrañas que pueda haber, es
como traer una cadena con una bola de acero en nuestro pie y amarla por lo que
representa y no por lo que es, algo que nos tiene esclavizados. Hace poco me
robaron algo que pertenecía a esa persona, que me trae recuerdos no solo de él
sino míos también, seria absurdo decir que no me afecta; no solo me afecta, me
pesa, me carcome y me vacía.
Quizá
apenas lo he asimilado, y es necesario entonces decirle adiós.
Adiós
Trans Am de mi papá, donde quiera que estés y aun que sean solo un objeto que
no comprende palabras, ni sentimientos ni nada parecido creo que vale la pena
dedicarte unas pocas letras en virtud de todas aquellas aventuras que vivimos
juntos. Desde persecuciones, las idas a nuestro lugar favorito (ahora como voy
a ir a mirar las estrellas a ese lugar), los regresos a casa por lugares
desconocidos, hasta aquella vez de la aventura electoral (esa noche en que
fuimos al IFE para la diputación federal). Incluso recordaré con mucho cariño aquella
noche en la que casi morimos juntos (ya casi un año de eso).
Adiós.