Una vez dibujaba las ideas congénitas de las variadas concecuencias de aquellos detonantes consumidos a ratos de ocio y malicia. Una a la vez, poco a poco y sin prisa fui dándoles forma a todas las imagenes que llegaban a mi, un subir y bajar en una extraña montaña rusa de un imaginario personal, mi imaginario azhuneano.
Difuminar, los momentos guardados en la memoria como si fueran instantes u obras de arte que algún coleccionista quisiera guardar en su mansión por la eternidad. No quisiere dejar de compartir cada detalle de ello, cada color, cada sabor expresado a la vista, cada sentimiento plasmado tan fielmente que debiere contagiarse y elevarse al infinito.
Ojala las nubes fueran el humo que escupo por la boca cuando fumo, lanzar desde la ventana aquellas miles de nubes que formaran parte del cielo. A una le doy forma de elefante, grande, orejón, de colmillos hasta la punta de su comienzo. Se lo lleva el viento y me entristece ver, como aquella figura se desvanece en el espacio.
Dibujé a un perro blanco tomando agua en un parque cualquiera. De verdoso alrededor, arboles grandes con bastas copas que cubrían los cielos, acompañados de pajarillos en sus ramas que entonaban la primavera de Mozart. Bancas colocadas en un camino que va a quien sabe donde. Mi perrito huyo, se marcho a diez y seis cuadros por segundo, lanzando sus múltiples ladridos en globitos de dialogo como en tira cómica dominical de un periódico vanal. Me desconsuela no saber a donde se dirige pero, se le mira tan feliz, con su lengua de fuera, sus ojos negros y brillantes, y sus ladridos tan vivos.
Cansado, se sentó aquel. En una silla de madera común, encerrado en un cuarto gigantesco y vació, una duela como piso y una ventana grande al exterior que no da a ningún lugar. Despeinado, con una camisa interior, un pantalón bastante desgastado de tanto lavar en función al tiempo que ha sido utilizado y lo más importante, descalzo. Le gustaba al señor saber que seguía vivo sintiendo el frió del suelo que pisaba. Que entorno tan gris, como a blanco y negro. A su lado una mesa pequeña. Encima de ella una cajetilla de cigarros, un encendedor zippo de color dorado con figurillas que asemejan flores y un cenicero transparente sin mucha importancia. Tomó un cigarro de la caja que se encontraba en aquella mesa y lo coloco en su boca seca, busco el encendedor tirando en el intento la cajetilla al suelo y entonces lo encendió, le dio una primera fumada y al instante escupio el humo que abobedaba en sus pulmones. Cabeza abajo como pensando, con el cigarrillo detenido en la mano derecha recargada en la rodilla. Fue ese momento en que le dibujé.
Momentos que ya no recuerdo, momentos que no se si pasaron. Al final les plasme, en una servilleta quizá, en la pared, en la libreta de la escuela o en un algo. Siento contracciones en mi mente, creo que voy a parir otra idea....
Difuminar, los momentos guardados en la memoria como si fueran instantes u obras de arte que algún coleccionista quisiera guardar en su mansión por la eternidad. No quisiere dejar de compartir cada detalle de ello, cada color, cada sabor expresado a la vista, cada sentimiento plasmado tan fielmente que debiere contagiarse y elevarse al infinito.
Ojala las nubes fueran el humo que escupo por la boca cuando fumo, lanzar desde la ventana aquellas miles de nubes que formaran parte del cielo. A una le doy forma de elefante, grande, orejón, de colmillos hasta la punta de su comienzo. Se lo lleva el viento y me entristece ver, como aquella figura se desvanece en el espacio.
Dibujé a un perro blanco tomando agua en un parque cualquiera. De verdoso alrededor, arboles grandes con bastas copas que cubrían los cielos, acompañados de pajarillos en sus ramas que entonaban la primavera de Mozart. Bancas colocadas en un camino que va a quien sabe donde. Mi perrito huyo, se marcho a diez y seis cuadros por segundo, lanzando sus múltiples ladridos en globitos de dialogo como en tira cómica dominical de un periódico vanal. Me desconsuela no saber a donde se dirige pero, se le mira tan feliz, con su lengua de fuera, sus ojos negros y brillantes, y sus ladridos tan vivos.
Cansado, se sentó aquel. En una silla de madera común, encerrado en un cuarto gigantesco y vació, una duela como piso y una ventana grande al exterior que no da a ningún lugar. Despeinado, con una camisa interior, un pantalón bastante desgastado de tanto lavar en función al tiempo que ha sido utilizado y lo más importante, descalzo. Le gustaba al señor saber que seguía vivo sintiendo el frió del suelo que pisaba. Que entorno tan gris, como a blanco y negro. A su lado una mesa pequeña. Encima de ella una cajetilla de cigarros, un encendedor zippo de color dorado con figurillas que asemejan flores y un cenicero transparente sin mucha importancia. Tomó un cigarro de la caja que se encontraba en aquella mesa y lo coloco en su boca seca, busco el encendedor tirando en el intento la cajetilla al suelo y entonces lo encendió, le dio una primera fumada y al instante escupio el humo que abobedaba en sus pulmones. Cabeza abajo como pensando, con el cigarrillo detenido en la mano derecha recargada en la rodilla. Fue ese momento en que le dibujé.
Momentos que ya no recuerdo, momentos que no se si pasaron. Al final les plasme, en una servilleta quizá, en la pared, en la libreta de la escuela o en un algo. Siento contracciones en mi mente, creo que voy a parir otra idea....
1 comentario:
muy bueno he..felicidadez!!..
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